martes, 22 de mayo de 2018
martes, 24 de abril de 2018
¿Nos vemos?
De esta foto me gusta todo. Me gusta la cara de curiosidad de la niña, el cuerpo de curiosidad (ese echarse hacia adelante). Me gusta la sonrisa franca y disfrutona de la madre. Me gusta la diagonal que formamos, el gentío por detrás, el hombro de Rocío Bonilla, mi desorden instalado en pocos segundos en la mesa, mi pelo, que está en Barcelona, pero parece moderadamente controlado, el collar que me hizo mi hijo mientras yo le hacía un libro. Me gusta la persona que hizo la foto, la editora Mar Peris. Me gusta recordar que después de esta firma, pasó @la_libritos a verme. Me gusta que esté hecha en Barcelona, el día de Sant Jordi, porque me gustan los libros y las flores, sobre todo en manos de personas, y me gusta conocer a esas personas, hacer un borrón que sirva para recordar ese momento.
Lo que más me gusta de esta foto es la posibilidad de que se repita, quizá con usted que me lee ahora mismo, con su hijo, su sobrina, sus nietos. ¿Dónde? Les doy a elegir. De momento esta es mi agenda:
sábado 5 de mayo, tarde: Feria del Libro de Talavera de la Reina
domingo 6 de mayo, mañana: Feria del Libro de Colmenar Viejo, librería El Mirador
sábado 19 de mayo, 13h: Feria del Libro de Burgos
sábado 2 de junio, tarde: Feria del Libro de Madrid, Kirikú y la Bruja
domingo 3 de junio, mañana: Feria del Libro de Madrid, Liberespacio
domingo 3 de junio, tarde: Feria del Libro de Madrid, El dragón lector
viernes 8 de junio, tarde: Feria del Libro de Madrid, librería Cálamo
sábado 9 de junio, mañana: Feria del Libro de Zaragoza, librería Central
sábado 9 de junio, tarde: Feria del Libro de Zaragoza, librería París
domingo 10 de junio, mañana: Feria del Libro de Madrid, SM
domingo 10 de junio, tarde: Feria del Libro de Madrid, Lita hormiguita
Lo que más me gusta de esta foto es la posibilidad de que se repita, quizá con usted que me lee ahora mismo, con su hijo, su sobrina, sus nietos. ¿Dónde? Les doy a elegir. De momento esta es mi agenda:
sábado 5 de mayo, tarde: Feria del Libro de Talavera de la Reina
domingo 6 de mayo, mañana: Feria del Libro de Colmenar Viejo, librería El Mirador
sábado 19 de mayo, 13h: Feria del Libro de Burgos
sábado 2 de junio, tarde: Feria del Libro de Madrid, Kirikú y la Bruja
domingo 3 de junio, mañana: Feria del Libro de Madrid, Liberespacio
domingo 3 de junio, tarde: Feria del Libro de Madrid, El dragón lector
viernes 8 de junio, tarde: Feria del Libro de Madrid, librería Cálamo
sábado 9 de junio, mañana: Feria del Libro de Zaragoza, librería Central
sábado 9 de junio, tarde: Feria del Libro de Zaragoza, librería París
domingo 10 de junio, mañana: Feria del Libro de Madrid, SM
domingo 10 de junio, tarde: Feria del Libro de Madrid, Lita hormiguita
jueves, 19 de abril de 2018
domingo, 24 de diciembre de 2017
Felices todo
Hago un alto en esta tarea agotadora e interminable de desmantelar una casa y tecleo en Google esa combinación de letras que hace tanto que no escribía: elblogdelaoro.
Antes he tenido que compartir internet con ese teléfono nuevo que reemplaza a aquel otro teléfono nuevo que estrené el lunes pasado y me robaron el sábado, porque hace meses que decidí que ya no tenía sentido seguir pagando por tener conexión a internet aquí, si total apenas vengo, si total esta casa está en venta, aunque sea la casa donde vuelvo por Navidad.
Y vengo con las manos aún llenas de polvo y un cosquilleo en la nariz a este blog, este espacio que un día fue mi casa, el sitio donde se organizaban saraos, se montaban pollos, se bailaba y se lloraba, aunque eso menos, porque siempre quise que este fuera más un sitio para la alegría. Sí, que fuera solo el salón, porque al fin y al cabo, era un lugar pensado para recibir visitas, sus visitas, aunque varias veces –me temo– les metí hasta el dormitorio, hasta el baño, hasta la cocina. Qué abandonado lo tengo. También lleno de polvo.
Ya perdonarán. Les confesaré que lo que me tiene distraída y alejada de este sitio es una vida intensa, plena y feliz. Quién me iba a decir a mí que se podía ser tan feliz en Madrid como en Dublín (o más). Les deseo para el 2018 eso mismo: que su mayor distracción sea la vida misma, una vida intensa, plena y feliz. Recuerden que siempre pueden encontrarla en los libros aunque...
Y en recordándoles esto, Tammi Terrell, Marvin Gaye y yo les deseamos una felicísma Navidad.
Ah, aprovecho (¡la promoció!) para recordar a los Reyes Magos que este año no tienen excusa para no dejar Oro a las criaturas de cualquier edad, porque pinchen aquí y miren.
Besos.
PD: Si saben dónde pueden dar un buen uso a cajas y cajas de libros y objetos varios y tienen forma de recogerlos (en Zaragoza), háganmelo saber.
lunes, 18 de septiembre de 2017
Bajo sospecha
Escribo este post desde aquí, desde donde hago la foto que encabeza estas líneas.
Precioso, ¿eh? No debería quejarme.
Sin embargo me quejo.
Porque no debería estar aquí. Debería estar ahí dentro, donde se ven aquellas estanterías con libros. Son libros infantiles.
Pero me han echado.
Dos veces.
Me vio aproximarme la bibliotecaria y me detuvo a la voz de «dónde va». Y yo: A la biblioteca infantil. Y ella: ¿Va con algún niño? Y yo: No. Y ella: Entonces no puede pasar. Y yo: Pero es que necesito leer libros para niños. Y ella: Pero si no va con un niño no puede pasar. Es solo para padres con niños.
Supongo que mi mirada de desconcierto la empujó a completar la explicación: que había que proteger a los niños, que había habido problemas. «Mirones», dijo.
La de tiempo que hacía que no oía esa palabra. Ahora todo son voyeurs.
«Creerás que no», me dijo, «pero hay que proteger a los niños». Y yo claro que creo que hay que protegerlos, que merecen una protección especial. ¿Qué se creen que hago cuando escribo para ellos? Escudos de palabras, escudos que puedan oponer a una realidad que a veces es de mierda.
Claro que hay que proteger a los niños. Es solo que no estoy segura de cómo, no estoy segura de si así. Estoy segura de que en este campo preferimos pecar por exceso. Pero es tan triste pensar que uno puede llegar a lamentar haber concedido libertad, nos hace tan mezquinos la desconfianza...
«Pero es que escribo libros para niños. Necesito leer libros para niños», intenté convencerla. «Sacar puedes sacar, pero no puedes estar sin niños», zanjó. Por un instante me imaginé comprando un muñeco reborn de esos.
Saqué los libritos que quería de la parte infantil y me senté en los sillones que hay en la entrada, fuera de la sala.
A los pocos minutos vino un guardia de seguridad. «No puede estar aquí», me dijo.
Yo lo intenté tímidamente: «Es que estoy leyendo libros para niños…».
Él no me habló de pederastas pero fue firme al delimitar el espacio prohibido. «La parte reservada a niños empieza aquí», y me señaló dos pufs tirados en el suelo. Uno tenía forma de león; otro, de dragón.
Recogí mis libros y mis trastos y me fui maleducadamente, sin siquiera despedirme.
No pueden pedirme que abandone con una sonrisa un espacio que siento (sentía) mío por derecho propio.
Ojalá bastara con la protección de dragones y leones.
Estamos mal, muy mal.
Precioso, ¿eh? No debería quejarme.
Sin embargo me quejo.
Porque no debería estar aquí. Debería estar ahí dentro, donde se ven aquellas estanterías con libros. Son libros infantiles.
Pero me han echado.
Dos veces.
Me vio aproximarme la bibliotecaria y me detuvo a la voz de «dónde va». Y yo: A la biblioteca infantil. Y ella: ¿Va con algún niño? Y yo: No. Y ella: Entonces no puede pasar. Y yo: Pero es que necesito leer libros para niños. Y ella: Pero si no va con un niño no puede pasar. Es solo para padres con niños.
Supongo que mi mirada de desconcierto la empujó a completar la explicación: que había que proteger a los niños, que había habido problemas. «Mirones», dijo.
La de tiempo que hacía que no oía esa palabra. Ahora todo son voyeurs.
«Creerás que no», me dijo, «pero hay que proteger a los niños». Y yo claro que creo que hay que protegerlos, que merecen una protección especial. ¿Qué se creen que hago cuando escribo para ellos? Escudos de palabras, escudos que puedan oponer a una realidad que a veces es de mierda.
Claro que hay que proteger a los niños. Es solo que no estoy segura de cómo, no estoy segura de si así. Estoy segura de que en este campo preferimos pecar por exceso. Pero es tan triste pensar que uno puede llegar a lamentar haber concedido libertad, nos hace tan mezquinos la desconfianza...
«Pero es que escribo libros para niños. Necesito leer libros para niños», intenté convencerla. «Sacar puedes sacar, pero no puedes estar sin niños», zanjó. Por un instante me imaginé comprando un muñeco reborn de esos.
Saqué los libritos que quería de la parte infantil y me senté en los sillones que hay en la entrada, fuera de la sala.
A los pocos minutos vino un guardia de seguridad. «No puede estar aquí», me dijo.
Yo lo intenté tímidamente: «Es que estoy leyendo libros para niños…».
Él no me habló de pederastas pero fue firme al delimitar el espacio prohibido. «La parte reservada a niños empieza aquí», y me señaló dos pufs tirados en el suelo. Uno tenía forma de león; otro, de dragón.
Recogí mis libros y mis trastos y me fui maleducadamente, sin siquiera despedirme.
No pueden pedirme que abandone con una sonrisa un espacio que siento (sentía) mío por derecho propio.
Ojalá bastara con la protección de dragones y leones.
Estamos mal, muy mal.
sábado, 22 de julio de 2017
Gilipollas en el Celsius
Avilés era una fiesta. Normal, si había festival. El Festival Celsius 232 de terror, fantasía y ciencia ficción. «El Celsius», para los amigos.
El Celsius tiene una sección de literatura infantil y juvenil coordinada por Ana Campoy y Javier Ruescas respectivamente. Allí fui, invitada por RBA y el Celsius, a presentar mis Misterios a domicilio. Era mi primera vez, y no todos los festivales literarios son tan festivos. Además yo llegaba triste de mudanza y cansada de hacer y deshacer maletas. Pero llega Mr. Scrooge al Celsius y acaba cantando villancicos en un karaoke. La primera noche.
¿Cómo contarles el ambiente? Banderitas al aire, mesas al fresco, una plaza de cuento, cabañas regentadas por libreros y risueños voluntarios, cine en la calle, esgrima, niños diseñando máquinas de robar tiempo como las de El ladrón de minutos, una guitarra que se escucha desde la calle, libros, lectores, autores de fiesta... Se nos notaba en esa manera loca de sonreír todo el rato las ganas de pasarlo bien, ese estar a gusto sin esfuerzo. Es que es eso el Celsius, una fiesta. Como debería ser la lectura.
A un libro hay que entrar como a una fiesta, con ganas de pasarlo bien. Ir obligado a una fiesta, a un libro, no tiene ni la mitad de gracia. Pero por otro lado, que le prohíban la entrada a uno por motivos arbitrarios a una fiesta, a un libro, debería estar recogido por la ONU como delito contra la humanidad. Sobran porteros y faltan fiestas para hacer lectores.
Luego ya en una fiesta, en un libro, puede pasar de todo: que uno se aburra, que se divierta, que aguante fingiendo pasarlo bien en espera de que la cosa mejore, que le presenten a más gente de la que es capaz de recordar, pero también que encuentre a la persona que le cambie la vida, que se ría, que llore, que se vuelva adicto, que –no se sabe cómo– haya salido el sol y ahí siga, con sonrisa bobalicona, con los ojos vidriosos, más allá que acá, feliz.
A las fiestas, a los libros, es mejor entrar acompañado. Hay que tener mucho carácter para entrar a una fiesta solo. Hay que tener mucho carácter para ser un lector solo. Ya lo decía Ana Campoy mientras comíamos: cuando uno se encuentra entre gente que comparte su pasión, se pregunta «¿dónde estabais todos vosotros («cabrones», creo recordar que añadió Ana) cuando yo estaba en el instituto?». Por suerte ahora se encuentran en las redes, y en el Celsius, esa fiesta sin portero petardo donde uno entra, sale, come, come más, descubre, aprende, lee lo que le da la gana, se disfraza si le da la gana, se toma una sidra al lado de su escritor favorito o al lado de aquel al que hasta entonces solo admiraba en tuiter, conoce por fin a esos que quiso haber conocido en el instituto. Todo es cuestión de tiempo.
En otra comida (¿o era la misma?), acabamos hablando –qué raro– de todo lo que aporta la lectura y de lo estupendos que nos vuelve. Dijo entonces Pablo: «Por ejemplo, a ver, ¿vosotros habéis conocido a algún gilipollas en el Celsius?». Se hizo un segundo de silencio y luego todos nos echamos a reír a carcajadas. Y, a ver, yo he conocido a varios lectores gilipollas perdidos y a personas no lectoras que son maravillosas, pero puedo apuntalar la tesis de Pablo afirmando tajantemente que no, en el Celsius no conocí a ningún gilipollas.
Dicen que hay que irse de las fiestas antes de que acaben. Yo cumplí esa norma no escrita. Aquí sigo, con mi mudanza, mientras en Avilés Javier Ruescas está presentando Y luego ganas tú, Jorge Iván Argiz presenta el último libro de Víctor Conde, Sofía Rhei imparte un taller infantil de bestias y Samarituka, Manlima y Sayuri le dan al cosplay. El año que viene, si me invitan, igual pongo a prueba esa norma. Me da a mí que me fui demasiado pronto.
En la imagen, de Philippe Halsman: dos escritores nada más recibir la noticia de que han sido invitados al Celsius. Este, claro, es un post pelota –sentido pero pelota– para que me inviten el año que viene. Pero ¿acaso no es ese deseo de repetir la mejor prueba de que no exagero ni una miaja?
El Celsius tiene una sección de literatura infantil y juvenil coordinada por Ana Campoy y Javier Ruescas respectivamente. Allí fui, invitada por RBA y el Celsius, a presentar mis Misterios a domicilio. Era mi primera vez, y no todos los festivales literarios son tan festivos. Además yo llegaba triste de mudanza y cansada de hacer y deshacer maletas. Pero llega Mr. Scrooge al Celsius y acaba cantando villancicos en un karaoke. La primera noche.
¿Cómo contarles el ambiente? Banderitas al aire, mesas al fresco, una plaza de cuento, cabañas regentadas por libreros y risueños voluntarios, cine en la calle, esgrima, niños diseñando máquinas de robar tiempo como las de El ladrón de minutos, una guitarra que se escucha desde la calle, libros, lectores, autores de fiesta... Se nos notaba en esa manera loca de sonreír todo el rato las ganas de pasarlo bien, ese estar a gusto sin esfuerzo. Es que es eso el Celsius, una fiesta. Como debería ser la lectura.
A un libro hay que entrar como a una fiesta, con ganas de pasarlo bien. Ir obligado a una fiesta, a un libro, no tiene ni la mitad de gracia. Pero por otro lado, que le prohíban la entrada a uno por motivos arbitrarios a una fiesta, a un libro, debería estar recogido por la ONU como delito contra la humanidad. Sobran porteros y faltan fiestas para hacer lectores.
Luego ya en una fiesta, en un libro, puede pasar de todo: que uno se aburra, que se divierta, que aguante fingiendo pasarlo bien en espera de que la cosa mejore, que le presenten a más gente de la que es capaz de recordar, pero también que encuentre a la persona que le cambie la vida, que se ría, que llore, que se vuelva adicto, que –no se sabe cómo– haya salido el sol y ahí siga, con sonrisa bobalicona, con los ojos vidriosos, más allá que acá, feliz.
A las fiestas, a los libros, es mejor entrar acompañado. Hay que tener mucho carácter para entrar a una fiesta solo. Hay que tener mucho carácter para ser un lector solo. Ya lo decía Ana Campoy mientras comíamos: cuando uno se encuentra entre gente que comparte su pasión, se pregunta «¿dónde estabais todos vosotros («cabrones», creo recordar que añadió Ana) cuando yo estaba en el instituto?». Por suerte ahora se encuentran en las redes, y en el Celsius, esa fiesta sin portero petardo donde uno entra, sale, come, come más, descubre, aprende, lee lo que le da la gana, se disfraza si le da la gana, se toma una sidra al lado de su escritor favorito o al lado de aquel al que hasta entonces solo admiraba en tuiter, conoce por fin a esos que quiso haber conocido en el instituto. Todo es cuestión de tiempo.
En otra comida (¿o era la misma?), acabamos hablando –qué raro– de todo lo que aporta la lectura y de lo estupendos que nos vuelve. Dijo entonces Pablo: «Por ejemplo, a ver, ¿vosotros habéis conocido a algún gilipollas en el Celsius?». Se hizo un segundo de silencio y luego todos nos echamos a reír a carcajadas. Y, a ver, yo he conocido a varios lectores gilipollas perdidos y a personas no lectoras que son maravillosas, pero puedo apuntalar la tesis de Pablo afirmando tajantemente que no, en el Celsius no conocí a ningún gilipollas.
Dicen que hay que irse de las fiestas antes de que acaben. Yo cumplí esa norma no escrita. Aquí sigo, con mi mudanza, mientras en Avilés Javier Ruescas está presentando Y luego ganas tú, Jorge Iván Argiz presenta el último libro de Víctor Conde, Sofía Rhei imparte un taller infantil de bestias y Samarituka, Manlima y Sayuri le dan al cosplay. El año que viene, si me invitan, igual pongo a prueba esa norma. Me da a mí que me fui demasiado pronto.
En la imagen, de Philippe Halsman: dos escritores nada más recibir la noticia de que han sido invitados al Celsius. Este, claro, es un post pelota –sentido pero pelota– para que me inviten el año que viene. Pero ¿acaso no es ese deseo de repetir la mejor prueba de que no exagero ni una miaja?
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miércoles, 21 de junio de 2017
Citas para el verano
Ay, verano, casi, ya.
¿Les cuento que estoy a 22 grados y que hoy tenemos alerta de calor porque aquí, en Dublín, alcanzaremos los 28 grados? Si me leen derretidos desde España, mis condolencias. Si me leen desde Dublín, ¡veámonos! Tenemos dos grandes oportunidades:
Con esto de los cuadernos de vacaciones, me pasó una cosa bonita en la Feria del Libro de Madrid. Se acercó un niño que quería el cuaderno de vacaciones de Rasi y no estaba en la caseta donde yo firmaba. El niño se recorrió media Feria, que es mucho decir, para conseguirlo y volvió para que se lo firmara mientras sus padres decían: "Pero ¿lo has escrito tú?" y yo les aseguraba que sí porque "buena soy yo como para dejar sueltas a mis criaturas". También me pasó que conocí a una niña que había conocido al padre de Rasi, o sea, al simpar ilustrador Dani Montero, y me lo dijo y nos reímos mucho porque yo dije que qué bien, porque lo que es yo, era la madre de Rasi sin haber conocido al padre. Y luego estuvo aquella lectora que vino con sus padres desde el quinto pino solo para decirme lo mucho que habían disfrutado, madre e hija al alimón, leyendo los dos primeros títulos de Misterios a domicilio y me dieron una idea con orejas para el siguiente. Y aquella otra lectora tímida que quería decirme algo y no se atrevía hasta que Ester, la librera de Kirikú y la bruja, sacó el susurrador y pudimos hablar de tú a tú. Y...
Ay, cuántas cosas bonitas me pasaron en la Feria del Libro de Madrid... Si es que me pasa como a Gloria (Fuertes), que decía:
En la imagen, gentilmente enviada por B., otra de las cosas bonitas de la Feria: cuando Rasi, que, por cierto, ¡ahora se ha vuelto investigadora!, vino a visitarme a la caseta con la profesora y los niños y niñas del Colegio de la Concepción.
¿Les cuento que estoy a 22 grados y que hoy tenemos alerta de calor porque aquí, en Dublín, alcanzaremos los 28 grados? Si me leen derretidos desde España, mis condolencias. Si me leen desde Dublín, ¡veámonos! Tenemos dos grandes oportunidades:
- Este sábado 24 de junio se celebra el día E en el Instituto Cervantes y si se acercan al instituto, al de Dublín, además de comer tortilla de patata, podrán verme convertida en Gloria Fuertes de 12:15 a 13:00. Van a ser los tres cuartos de hora más gloriosos de mi vida.
- El jueves 29 de junio a las 19:00 el Club de Teatro del Instituto Cervantes, en el que participo como, ejem, actriz, estrena obra. En esta no hago de poeta sino de académica parcial, vaya, de profesional de la limpieza, versátil que es una.
Con esto de los cuadernos de vacaciones, me pasó una cosa bonita en la Feria del Libro de Madrid. Se acercó un niño que quería el cuaderno de vacaciones de Rasi y no estaba en la caseta donde yo firmaba. El niño se recorrió media Feria, que es mucho decir, para conseguirlo y volvió para que se lo firmara mientras sus padres decían: "Pero ¿lo has escrito tú?" y yo les aseguraba que sí porque "buena soy yo como para dejar sueltas a mis criaturas". También me pasó que conocí a una niña que había conocido al padre de Rasi, o sea, al simpar ilustrador Dani Montero, y me lo dijo y nos reímos mucho porque yo dije que qué bien, porque lo que es yo, era la madre de Rasi sin haber conocido al padre. Y luego estuvo aquella lectora que vino con sus padres desde el quinto pino solo para decirme lo mucho que habían disfrutado, madre e hija al alimón, leyendo los dos primeros títulos de Misterios a domicilio y me dieron una idea con orejas para el siguiente. Y aquella otra lectora tímida que quería decirme algo y no se atrevía hasta que Ester, la librera de Kirikú y la bruja, sacó el susurrador y pudimos hablar de tú a tú. Y...
Ay, cuántas cosas bonitas me pasaron en la Feria del Libro de Madrid... Si es que me pasa como a Gloria (Fuertes), que decía:
Quisiera conocer casas,Las ferias, los días E y estas cosas me libran del allanamiento de morada.
meterme en los hogares,
penetrar en los pisos
donde tengan un libro mío,
besaros las manos
y hablar con todos los que me habéis leído.
En la imagen, gentilmente enviada por B., otra de las cosas bonitas de la Feria: cuando Rasi, que, por cierto, ¡ahora se ha vuelto investigadora!, vino a visitarme a la caseta con la profesora y los niños y niñas del Colegio de la Concepción.
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