De izquierda a derecha: Cañete, Gallardón, Pons, Mato, Fernández (Elvira), Rajoy, Cospedal, Sáenz de Santamaría, García-Escudero, Aguirre y Moragas asomados al balcón. Fotografía de Charles Ebbets.
La noche del 3 de noviembre a las farolas de mi barrio les nacieron equilibristas. Desde ese día hasta hoy, disimulando el vértigo, andan columpiándose de ellas Alfredo, Chesús, Mariano, Rosa...
Pero ellos no fueron los primeros en balancearse allá arriba. Para que ellos subieran, tuvieron que bajar de esas mismas farolas los artistas del Gran Circo Mundial. Sí, las calles jalonadas por los candidatos, antes fueron tomadas por Super Payaso Carletto, Miss Aurori y sus elefantes, Chicharrín y sus peluches mágicos, los increíbles acróbatas los Flying Tonitos…
La troupe del circo aguantó semanas en lo alto de las farolas. No en vano eran equilibristas profesionales. Los candidatos, no. Los candidatos fueron derribados a los pocos días por un impensado indignado: el cierzo. Y es que hay lugares donde la gente debe resistir “contra viento y marea”, pero en Zaragoza no. Aquí no nos hacen falta mareas; nuestro viento no necesita refuerzos. Se bastó él solito para hacer caer a los candidatos. Bajo mi casa, carteles rojos acababan hechos trizas. A pocos metros, Rajoy, sujeto a una farola, plantaba cara al viento como Kate Winslet en la proa del Titanic. (La resistencia de los albatros al viento es proverbial.) Tras aquel paso huracanado del cierzo, muchos carteles quedaron por debajo de lo previsto, luciendo la indignidad de quien, sorprendido en el cuarto de baño, corre a coger el teléfono con los pantalones por los tobillos.
Bien es verdad que no era la primera batalla que se libraba en las farolas. Los carteles del circo también habían tenido lo suyo. En su día les estamparon unas pegatinas que decían “No al circo con animales”.
Quizá esas pegatinas habrían valido también para los carteles electorales. ¿Podría haber política sin animales? ¿Y sin equilibristas, sin personas que disimulen el vértigo en lo alto de una farola, o de un balcón? ¿O será que no necesitan disimularlo porque sencillamente no lo sienten?
La mayoría de los rascacielos neoyorquinos los construyeron indios mohawk. Una extraña herencia genética les impedía sentir vértigo y andaban de un andamio a otro sin casco y sin miedo. Dicen que los políticos están hechos de otra pasta. Igual es eso. Igual es que son indios mohawk, y no sienten vértigo. Eso sí que daría miedo, unos políticos sin vértigo, de trapecio en trapecio, haciendo el “más difícil todavía”, sin tocar suelo; más miedo que el cruce de la muerte de los Flying Tonitos.
Super Políticos, no me sean mohawk. Sientan vértigo. O bajen un poquito, por favor.
Esta columna, sin la foto, claro, apareció publicada en el Heraldo ayer, 20 de noviembre de 2011, día de las elecciones. Hoy a las farolas se las veía como recién divorciadas de un mal marido: solas, fingidamente tristes, ligeras. Se han quitado un peso de encima.
1 comentario:
Deberían de sentir vértigo sólo con lo que tienen encima.
Muy bueno, como siempre.
Yo soy equilibrista en la cuerda de los sueños...
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