sábado, 19 de septiembre de 2015

Pídeme una ballena azul

Que levante la mano quien no haya escrito una carta a los Reyes Magos, quien no haya dejado un diente al ratoncito Pérez. Cuesta creerlo de algunos (piensen en Montoro) pero no hay persona en el mundo que no se haya entregado locamente a una ficción al menos una vez en su vida. Estamos todos abocados al cuentismo. Nos creemos las historias a pies juntillas, las incoporamos a nuestra vida, las hacemos crecer. A lo que algunos llaman entrega lectora de los niños, lo llamo yo fe. Esa fe procede en parte del desconocimiento de unas cuantas leyes de la física. Bendita ignorancia.
Pero luego, aun sabiendo distinguir lo que es real de lo que solo lo parece, podemos seguir entregados a las historias, ya no por ignorancia sino por puro amor a la ficción, y por bondad, porque para mí que es bondad creer en mentiras que sabemos que lo son (sobre todo si nos las cuenta un ser querido) y por eso cuesta imaginarse a Hitler leyendo novelas.
Los niños, que son buenos, claro, se lo creen todo y todo lo engrandecen. Y de qué manera.
Lo contaba Mac Barnett, entre otras cosas interesantísimas que pueden oír en esta charla TED (¡háganlo!), en la CBI Conference (sí, la charla TED la dio en California y yo lo he escuchado en directo un año después en Dublín, pero digamos que, si comparas una y otra charla, se te quita todo complejo de culpa por "reciclar" contenidos):
"Escribe a esta dirección y te mandamos una ballena", era el irresistible reclamo que aparecía semiescondido en un álbum de Barnett y Rex. Algunos niños escribieron. Uno, Eliot, incluso se apostó 10 pavos a que no le mandaban la ballena prometida.
Eliot y todos los demás niños que se molestaron en escribir recibieron en respuesta una sesuda carta de unos abogados noruegos explicando que sí, que tenían su ballena –cada uno la suya, con un nombre distinto–, pero debido a cierta modificación en la normativa aduanera blablablá, su ballena no podía abandonar de momento el bonito fiordo donde se hallaba. Y después de muchas explicaciones de esas que solo los abogados saben inventar –otros cuentistas de cuidado–, se acababa facilitando un número de teléfono gratuito donde los niños podrían dejar un mensaje a su ballena mientras se resolvía el embrollo legal. Y lo hicieron. Los niños llamaban y hablaban con su ballena. Fue delicioso escuchar la vocecita de Nico hablando con su ballena Randolph, una y otra y otra vez. Mac Barnett además contó algo que no aparece en la charla TED, algo que debió de suceder después. Contó que un día, después de que Nico llamara muuuchas veces a su ballena, él mismo, Mac Barnett, llamó a la madre de Nico. Antes de que pudiera evitarlo, la madre de Nico dijo emocionada: "¡Oh! ¡Eres el autor del libro de la ballena! ¡Espera! ¡Nico está aquí! Te lo paso". Nico se puso al teléfono y dijo con el tono con que se recibe al cartero comercial: "Ah, eres tú". Tres palabras para condensar La Gran Decepción.
Claro, Nico no quería saber nada de Mac Barnett. Nico con quien quería hablar era con Randolph, su ballena.
¡Ah! ¡Cómo lo entendí! Yo misma he sido La Gran Decepción para algunos pequeños lectores de La pandilla de la ardilla. ¿Se creen que cuando iba a sus aulas me preguntaban por el proceso de creación de los personajes? ¿Por la elección de la voz narrativa? No, los niños querían saber cuándo era el cumpleaños de Rasi, cuántos años tenía, si era chico o chica (¡oh!, y no saben qué chasco causaba a algunos (a la mitad) mi respuesta)... ¡Y hablo de niños de 6 años! Pero los autores que protagonizaron la interesantísima mesa redonda sobre novela juvenil en la CBI Conference se quejaban de lo mismo (aquí tienen un excelente resumen, y –de paso– qué envidia el espacio que se dedica en la prensa irlandesa a estas cositas). Louise O'Neill y James Dawson especialmente se quejaban de que se les preguntaba por la historia o por "el tema" de sus libros más que por sus libros como creación artística.
Pero cómo reprochárselo. Quién quiere hablar de estructuras narrativas pudiendo hablar de la vida. Quién quiere conocer a Begoña Oro pudiendo conocer a Rasi la ardilla. Suerte que ahora que ando lejos, no puedo hacer encuentros. Suerte que, coincidiendo con la salida del nuevo título ¡Socorro, una alcantarilla!, a quien van a poder conocer ¡en persona!, o en ardilla, es a la mismísima Rasi, esa a la que llevan de paseo, a la que cuentan cosas, a la que abrazan. 
Decía Mac Barnett que Nico es el mejor lector con el que podría soñar. Pero es que Nico era más que eso, Nico era coautor de esa ficción, como lo son todos estos niños con Rasi. Claro, a lectores así, cómo no darles todo, hasta una ballena azul si te la piden.
Todo menos la verdad.

En la imagen, de Édouard Boubat, Rémi, entregado a la ficción de estar escuchando el mar. "No hay espectáculo más hermoso que la mirada de un niño que lee", dijo Günter Grass, pero convendrán conmigo que este del niño que cree tampoco está nada mal. Los magos, los actores, los narradores, los maestros... lo saben.

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