domingo, 30 de marzo de 2014

El fin del mundo y cómo evitarlo

-Elige un tema sobre el que escribir -le digo a F., un adolescente al que acabo de sacar de entre el público en un encuentro con lectores.
-El fin del mundo -dice enseguida.
Me quedo parada y no me atrevo a confesar el motivo real de mi estupor: ayer mismo otro chico eligió precisamente el fin del mundo. Nunca me había pasado, y me acaba de suceder dos veces seguidas. Me da la impresión de que en la elección de F. hay un interés más cercano a la curiosidad que al miedo. Y seguimos con el encuentro.
Un rato después, F. me pregunta si no es mi novela Pomelo y limón más para chicas que para chicos. Y yo me sonrío, pero eso es porque aún no he leído el artículo de Jordi Soler.
El artículo lo leo hoy. En él el señor Soler analiza con escalofriante lucidez varios datos de esta época nuestra de instagram, tabletas y virtualidades varias. Uno de los datos es la cantidad de japoneses que pasa olímpicamente de tener pareja o incluso sexo, o al revés, como prefieran verlo. Se entiende que los japoneses son como una avanzadilla humana y que todo eso nos llegará como nos llegaron el sushi, Inazuma Eleven o esa manía de fotografiarlo todo. Igual llegará un momento en que no nos interese o no nos compense relacionarnos sentimental o sexualmente con nuestros semejantes. Y entonces... Ahora me doy cuenta, y entonces quien tiene miedo soy yo. ¡Entonces sí será el fin del mundo! O por lo menos el fin de la especie humana, porque estoy segura de que los pájaros, las abejas, las pulgas amaestradas, las gacelas, los leones, las mantis... en fin, todas las demás especies, seguirán entregándose con pasión a la función reproductora.
El fin de la especie se acerca. ¡Qué digo! ¡Igual ya ha llegado! Igual F. no tiene el menor interés en el amor, que es de lo que trata Pomelo y limón, no porque sea chico como intentaba hacer ver sino porque es medio japonés. Igual esa generación que encontrará demasiado engorroso, sucio, expuesto o complicado ese trámite para tener descendencia es la que lee mis novelas juveniles, la que me pregunta en los salones de actos. Igual por eso piensan en el fin del mundo.
A F. le hice repetir conmigo: "yo también tengo sentimientos". Me dio la impresión de que, en ese momento, dos  chicas lo miraron con cara de "contigo perpetuaría la especie humana". Me dio la impresión de que esas chicas serían capaces de convencer a F. de que el amor compensa. Yo seguiré intentándolo en algún libro.

La fotografía es de Sally Mann. El fotografiado es su marido, Larry, enfermo de distrofia muscular y padre de sus tres hijos. Le pueden preguntar a Sally si le compensa. Por la forma en que acaricia a Larry en cada foto de este trabajo, Proud Flesh, yo diría que sí.  Esta foto decidió titularla Was ever love, como el sintagma del himno "was ever pain, was ever love like thine". Pues eso, que no descarten que vayan juntos dolor y amor. Aun así... ¡jóvenes, japoneses, no descarten el amor!

4 comentarios:

Cristina dijo...

Me imagino la cara del pobre chaval cuando le hiciste repetir "Yo también tengo sentimientos" :). Tus charlas no deben de ser aburridas, no.

En fin, sí, tendremos que seguir demostrando que el amor compensa. Me paso por el artículo de Jordi Soler enseguida.

Un abrazo.

Anónimo dijo...

El amor es complicado (y los impuestos también). Propongo que si dejamos de embarcarnos en relaciones sentimentales, dejemos también de pagar impuestos.

En cuanto a los japoneses, si tiene sexo (aunque sea virtual).

En cuanto al fin del mundo, eso les pasa a los jóvenes por leer tanta novela distópica.

La Oro dijo...

Rusta, gracias. Intento que mis charlas no sean aburridas, intento no aburrirme yo tampoco. Casi siempre lo logro, creo. Pero me mata ese "casi".
Anónimo, ¡sí, sí y sí! Aunque -nunca pensé que diría esto- prefiero seguir pagando impuestos.

Letraherido dijo...

Siempre me parecieron excesivamente catastróficos esos discursos anti progreso. Llevan décadas siendo una constante, con su retahíla de "la nuevas tecnologías son malas, la nueva literatura es mala, la nueva forma de divertirse es mala, etc", algo propio de "intelectuales melancólicos" (como los define Jordi Gràcia). Esa, en principio, es mi opinión. Pero claro, después leo esto y pienso que los intelectuales melancólicos, aún exagerados y catastrofistas, pueden tener algo de razón.
Un saludo.