miércoles, 18 de septiembre de 2013

Cajita de colores

Hay una amargura instalada en el paladar que transforma todo, hasta el algodón de azúcar y los paraguayos, en naranjas pochas y almendras rancias. Reina un desánimo espeso, una niebla baja que se mete en la cabeza y que quita las ganas de todo. Pero sale una a la calle porque hay un niño que se pone los patines y ni con las alzas de sus ruedas le llega la cabeza -bendita sea- a la altura de esa niebla del amargor.
Y sale, y descubre que donde había un solar sucio, lleno de los restos humanos más abyectos -siempre, aún, las jeringuillas y el colchón meado-, hay ahora pintado en un inmenso muro un elegante y gigantesco perro guardián, un perro que a partir de ahora acompañará a los niños que jueguen en ese solar que ya no es un solar. Y en otra calle un corazón de Boa Mistura nos invita a brillar -"cajita de colores que transforma toda una calle"- y en otra, un mandala nos dice que la vida está hecha para nosotros, y hay colores que dicen "sí" en un barrio que decía "no". Y nacen en los muros árboles, glaciares, sevillanas pixeladas, escaleras de colores, pero también serpientes que nos hablan de vanidad y siluetas que buscan trabajo en una oficina de empleo imposible.
Al de los patines le fascinan los grafitis que hemos visto. "No son grafitis", le digo enteradilla aunque acabo de enterarme. "Son intervenciones artísticas". Nos lo ha enseñado Vicky, que nos ha hecho una visita guiada por varios de los murales del Festival Internacional de Arte Urbano Asalto. También nos ha contado que la belleza, el arte, transforma la vida de las personas. Y es verdad. Los niños juegan bajo el perro y nosotros volvemos transformados y sonrientes, y parece que se disipa la niebla y comemos un melocotón que sabe a melocotón.
El niño vuelve rodando y yo reconcomiéndome.
Cuando empecé a escribir columnas, también quise intervenir en sus vidas: prestarles una manualidad para decir un incómodo "te quiero", obligarles a salir de casa para que me sacaran la lengua, darles una coartada para hacer y deshacer la cama, empujarles a ponerse guapos, que la hoja de mi columna les sirviera de posavasos o de manta... También, antes incluso, quise intervenir desde algunos libros infantiles.
Me gustaría no perder eso de vista. Intervenir, como los cirujanos.
El vecindario, el barrio, la ciudad, el país... la realidad está despatarrada sobre una mesa quirúrgica. No pide a gritos que la intervengan porque ni tiene fuerzas para eso, pero, monitorizada como está, emite un "pii pii" quejumbroso y distanciado. ¿Qué van a hacer ustedes al respecto? Quizá sea cuestión de vida o muerte.

Fotografía de Alex Webb. Para ver fotos del festival asalto, pueden ir a la página del festival o a la de un fotógrafo que pasaba por ahí y que encima me invitó. Pero si están en Zaragoza, échense a la calle. Y si no, vengan para eso, para visitar esta ciudad que es un referente mundial de street art. Las visitas guiadas se han acabado, pero han tenido tanto y tan merecido éxito que es posible -es deseable- que vuelvan.

1 comentario:

Begoña R. dijo...

"(...) la belleza, el arte, transforma la vida de las personas."

Quizá una manera de intervenir en la realidad sea crear a nuestro alrededor belleza de diverso tipo (por muy humilde que sea) y empaparnos de la que se nos ofrece con más frecuencia de la que creemos.

Un abrazo bien fuerte.