domingo, 18 de mayo de 2014

Hoy quiero confesar...

El Atlético ha ganado la liga y en casa estamos contentos.
No es que yo sea particularmente futbolera pero si hay que ser de alguien, soy, por filiación inversa, del equipo de mi hijo.
El otro día me explicaba cómo funcionaba eso de que  cuando se juega fuera de casa, los goles valen más que cuando se marcan en casa: "Es que, mamá, no es lo mismo cuando está todo el mundo animándote y diciéndote: "venga, qué bien lo haces" que cuando están casi todos en contra", me contaba cual coacher. A este paso, todo lo que sabrá de moral, lo habrá aprendido en el fútbol. No me digan que esta forma de puntuar no es de un sentimentalismo enternecedor. A ver en qué otro sector se ha regulado con tanta consideración y exactitud la influencia del estado de ánimo sobre el desempeño.
Ya me gustaría a mí en lo mío. Lo digo porque se acaba la liga y se acaba también, dentro de poco, mi temporada de encuentros con lectores, una temporada, la de Croquetas World Tour, excepcionalmente buena, pero una temporada en la que, en principio, casi siempre tocaba jugar fuera de casa. Entiéndanme: el "fuera de casa" no es necesariamente fuera de Zaragoza. Fuera de casa juega el escritor que va a hablar con lectores que han leído su libro obligados y que han sido pastoreados hasta el salón de actos, o la biblioteca, o la sala multiusos para vérselas con quien escribió aquella lectura obligatoria. Un escritor solo juega "en casa" cuando las personas con quien se las ve acudieron al lugar del encuentro por su propio pie.
Los autores de literatura infantil y juvenil casi siempre jugamos fuera de casa. Y es duro, casi tan duro como dar clase, porque de entrada tenemos muchas cosas en contra, cosas que se resumen en una: lectores que no han elegido ser tus lectores. A veces además tenemos un espacio con columnas, o con una acústica imposible, o un examen en la hora siguiente, o la lluvia, o la primavera y ese deseo de estar en cualquier otro lugar, o 6, o 16 años, y unas ganas incontenibles de vivir y hablar y moverse, sobre todo cuando se está junto a 150 compañeros más... Pero tú llegas con tu maleta y te dices que, aunque lleves mil kilómetros encima y te hayas visto en la misma situación tres veces esa misma mañana, vas a salir al campo como por primera vez, que vas a correr como si no estuvieras cansada, que vas a pasar el balón porque lo bonito es cuando ellos lo tienen, que aunque aquel lleve un buen rato hablando como si el partido no fuera con él y allí nadie pite falta, vas a seguir dando juego porque los demás sí quieren jugar, o aún puedas lograr que quieran jugar... y así hasta acabar lesionada.
Y acabas lesionada.
Hoy quiero confesar que estoy algo cansada de llevar esa maleta que pesa tanto. Los encuentros, ya lo he contado alguna vez, cuando salen bien, son una de las fuentes de felicidad, emoción y crecimiento (mío, no se vayan a pensar) más grande que conozco. Es así, aunque suene tan cursi como lo de la Pantoja. Pero también suponen un coste personal que necesito rebajar. El curso que viene no haré tantos (me lo escribo aquí para cumplirlo, porque luego soy una blanda que digo a todo que sí). Tomo esta decisión por mí, claro, por ese individuo que me explica lo de los puntos y los goles, pero también, en gran parte, por los destinatarios de esos encuentros. No quiero hacer ni un solo encuentro activando el piloto automático, no quiero decir ni una gracia de la que yo misma no sea capaz de reírme. Por decirlo Pantoja style: yo ya no puedo, quiero llenarme... para poder seguir dando. Y además, quizá sobre todo, QUIERO ESCRIBIR. Y escribir lleva tiempo.
Dicho esto: GRACIAS GRACIAS GRACIAS a todos aquellos, profesores, profesoras (fueron muchas), delegados comerciales, que me llevaron la maleta, conectaron el micrófono, me pusieron ese agua que no llegué a beber, me invitaron a un café...; gracias a quienes se molestaron en buscar la banda sonora de mi novela e hicieron sonar a Jacques Brel, que decía "il faut oublier" y yo me olvidé al instante de que estaba fuera de casa; gracias a esas profesoras que no cribaron a los alumnos pero los colocaron estratégicamente o les sacaron tarjeta o, mejor aún, lograron que disfrutaran de algo que no pensaban disfrutar; gracias a quienes me regalaron flores, aceite, portalápices, membrillo, chocolate...; gracias, muchas gracias a esos docentes que hicieron trabajar a sus alumnos casi más que a mí, gracias a quienes me hicieron una presentación, croquetas, bailes, Power Points, magdalenas que luego cambié por preguntas, preguntas que cambié por respuestas...; gracias a quienes sonreían mientras yo balbuceaba... porque hicisteis que sintiera que estaba jugando en casa, y que no jugaba sola.

En la imagen, de Frank Horvart: yo, cansada, me aferro a Simeone y le susurro: "no puedo más", a lo que el Cholo me responde: "te vendrá bien descansar".

3 comentarios:

Sam Fisher dijo...

Paso del fútbol pero me acuerdo de Ignacio. Dile que me acuerdo. Y que vi el partido y sólo pensaba en él. Enhorabuena! Y el mismo pensamiento, admiración y abrazo para ti.

La Oro dijo...

Oeee oe oe oeeeeee.
Gracias, muchas gracias.
Compartiré el abrazo con Ignacio. ;-)
Qué bonito es disfrutar por los demás, ¿verdad? Por cierto, abrazo a Sara. Me alegré mucho por lo de sus exámenes.

Ana Alcolea dijo...

Me siento identificada. Ayer en el tren, escribía una lista de momentos excepcionales que he vivido en las charlas. De todo tipo y condición. Un abrazo, querida Begoña. Siempre nos quedará... una maleta. Que rima con "croqueta"...